Gabriel Mejía, el cura colombiano que rescata adictos con meditación


En un país atravesado por la violencia ligada al narcotráfico, este sacerdote fundó los Hogares Claret, una red de centros que ya ha recuperado de la droga, la prostitución y la guerrilla a unos 45.000 jóvenes. Pero su gran hallazgo fue incorporar la meditación trascendental como uno de los ejes del tratamiento

El sacerdote colombiano Gabriel Mejía es uno de esos héroes silenciosos que suelen encontrarse en las sociedades violentas y conflictivas, sociedades en las que, como ocurre en su país, se entretejen de manera compleja flagelos como el narcotráfico y el sicariato. En 25 años de trabajo al frente de la Fundación de los Hogares Claret, creados por él, ha logrado recuperar de las garras de la drogadicción, el abuso y la violencia armada a unos 45.000 chicos.

Formado en la Congregación de los Misioneros Claretianos, este religioso ha impulsado ya la apertura de 54 centros a lo largo y a lo ancho de Colombia, que aplican desde hace diez años un recurso "revolucionario" para favorecer la reinserción de los adictos, jóvenes que, en Colombia, incursionan en un camino de violencia atroz desde una edad muy temprana: aplica la meditación trascendental como parte de la labor en las comunidades terapéuticas.

Días atrás, el padre Gabriel Mejía estuvo brevemente en Buenos Aires y Córdoba. Invitado por el Instituto Latinoamericano de Ciencia, Tecnología y Políticas Públicas, que preside el doctor Germán Martina, brindó una conferencia sobre "Comunidades terapéuticas" en Campana y en Córdoba hizo lo propio invitado por la Organización Cambio.

Un dato curioso en relación con los Hogares Claret es su calificación con las normas ISO 9000, que fija la Organización Internacional para la Estandarización (ISO) y que califica tanto la gestión continua de calidad como la calidad en sí. En este caso, de los programas que llevan adelante los Hogares Claret.

A sus 66 años, Mejía está dotado de una pasión contagiosa por su tarea, ardua y no siempre reconocida. Entre los videos sobre su obra que circulan por Internet hay varios que son conmovedores. En uno de ellos, toca el corazón de todos cuando dice: "Un niño jamás es un problema, sino una oportunidad". Y completa su reflexión con una expresión conmovedora: "Estoy convencido desde mi propia experiencia de que un niño es un potencial infinito. Las cosas en un niño son inéditas. En relación con ellos no podemos hablar de reeducación. Se los educa y se los habilita para la vida a través del amor. El amor es el medicamento contra toda enfermedad y contra toda violencia".

Luego de una vida dedicada a esta tarea, Mejía es una voz autorizada para hablar sobre lo que habla: las adicciones perniciosas de la sociedad actual, la falta de derechos de los adictos que son enfermos sin cobertura adecuada, el preocupante asunto del narcotráfico extendido ya a la Argentina, la falta de políticas adecuadas para combatirlo y de políticas sanitarias para atender las consecuencias de la drogadicción.

Pero lo relevante de la obra de este religioso colombiano es que, desde hace una década, ha consolidado su labor terapéutica con el potencial probado de la meditación trascendental, un recurso creado por el maestro indio Maharishi, a quien los Beatles hicieron mundialmente célebre. Según Mejía, la meditación trascendental tiene como uno de sus beneficios el desarrollo de la conciencia, lo que permite descubrir en cada individuo nuevas potencialidades.

El padre Mejía tiene un cuadro de situación muy claro. Y conoce rotundamente el punto de partida:


"Vivimos en un mundo de adictos -afirma-. Están los adictos al poder, los adictos a la violencia, los adictos al consumo, a las drogas, al sexo, a la comida...Estamos en una sociedad adicta en todos los niveles. Estamos dentro de una sociedad de doble moral, que señala y estigmatiza a un adolescente por consumir drogas, ignorando deliberadamente que ese chico es una víctima que quizá, en el futuro, se convierte en un victimario".

Millones de adictos

Dice el sacerdote que, "en la actualidad, el fenómeno de las adicciones es un problema grave porque en el contexto social tiene casi las características de una pandemia. Si hacemos un análisis de la realidad latinoamericana, casi el 7 por ciento de la población total es consumidora de drogas. Si tienes en un país 40 millones de habitantes, eso te da 3,5 millones de drogadictos. Es un grave riesgo para la salud pública".

El padre Mejía es rotundo al afirmar que "básicamente, el adicto es un enfermo de amor", y pone en la mira a los narcotraficantes cuando señala que "el narcotráfico no sólo está generando una desestabilización en las economías de nuestros países", sino que "las cosas son más graves cuando comprendes que el patrimonio de un narcotraficante puede representar el gasto de la deuda externa de un país".

La realidad de tan espinoso asunto, que parece tener una escalada imparable en países como México o, en menor medida, la Argentina, es que "se ha visto proliferar el problema con apatía por parte de los Estados, y el problema sigue allí, sin resolverse". Así, un tema que debería ser materia de políticas públicas es tomado por las ONG que, según el sacerdote, son la estructura de una sociedad civil que responde "arañando los recursos".

Con 54 centros terapéuticos en Colombia, Hogares Claret tiene actualmente en recuperación a unos 3500 chicos cuyas edades son tan cortas que espantan: desde los 8 años se hacen adictos y la saga de degradaciones se encadena: los adultos los prostituyen, los violan, los maltratan y la violencia parece un camino irremediable, que los más pequeños aprenden a recorrer como una forma de autodefensa.


Cuando conoció a Deepak Chopra, el padre Mejía no pensó que aprendería una de las herramientas que más alegrías le traería en la recuperación de adultos: la meditación trascendental. Al principio tuvo que superar muchos prejuicios porque, formado en el catolicismo, no le resultaba sencillo asimilar un método desconocido de desarrollo de la conciencia. Pero vivió su propia experiencia meditativa y, al final, los resultados fueron extraordinarios. No se trata de religiosidad, dice, sino de espiritualidad en sentido profundo.

Mejía debió sortear prejuicios y obstáculos, incluso en su propia congregación. Además, con el trabajo en comunidades terapéuticas en su bagaje, sabía sobradamente que el éxito depende de una sucesión de pasos en un largo proceso: "Si no hay un buen diagnóstico, no hay un buen tratamiento. Y sin un buen tratamiento no hay una rehabilitación", señala.

El primer ladrillo de los Hogares Claret se puso en 1984. Mejía vivía entonces en un edificio en cuyo portal dormían niños de la calle, sucios y drogados noche tras noche. En una reunión de vecinos en la que la mayoría de ellos propuso poner rejas para evitar que los chicos los asaltaran, el sacerdote propuso aplicar un lema claretiano que dice que hay que mirar lo más urgente, oportuno y eficaz. "Fui conociendo a muchos adultos con más entusiasmo que recursos. Cuando las obras son buenas y obedecen a las necesidades de los hijos de Dios, el Universo se ocupa de los detalles", cuenta. Así, agrega, llegaron el voluntariado, la solidaridad "y la bendición para todos esos chicos".

El mayor porcentaje de los adictos que llegan a los Hogares Claret son menores de 14 años. Pero hay también adultos, de ambos sexos. "La mayoría consume pasta base. Lo que ustedes llaman paco, que allá se llama basuco", afirma Mejía. En dos décadas el esfuerzo muestra sus frutos: 45.000 personas recuperadas. En un estudio estadístico realizado por la Fundación Hogares Claret consta que, en la última década, desde que se aplica en la comunidad terapéutica la meditación trascendental, el 76,9 por ciento de los recuperados "se ha mantenido sobrio, vale decir que no ha reincidido".

Y no sólo eso, porque la meditación muestra también otros resultados: "Los chicos muestran más coherencia y recuperan la alegría. Se les nota por lo que expresan en sus rostros", concluye Mejía. Y añade: "El amor logra que estas personas encuentren un sentido a sus vidas, una razón para ser y estar en la Tierra".

© LA NACION

Postdata:

En estos días de ausencia en el blog, pude contactarme en el retiro, que realicé en Pinamar ,de una manera profunda con cada uno de mis alumnos. En una caminata por el bosque, compartíamos con Nerio la necesidad de expresar nuestra fuerza espiritual a través de varios canales: el amor al prójimo a través del servicio y la oración contemplativa o meditación para silenciar nuestro yo y entrar en nuestro templo interior. Allí, Dios se hace presente, aquietando a nuestra mente en su monólogo incesante.

Enseñar a meditar , es guiarte de la mano hacia la morada del silencio en donde se abrirá el infinito de posibilidades y dones que están dormidos en tu interior. Es una forma de abrir la puerta de tu corazón a la inmensidad del amor que todo lo sana. La dimensión espiritual del ser humano, está sumergida en el inconsciente.

Un maestro o amigo espiritual ,es aquel que levanta la represión de las murallas erigidas por el yo separado ,revelando en tu alma, el lugar más seguro de la tierra y enseñándote a conquistarlo.

Adriana Paoletta

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Conmovedor este testimonio. No sólo por la descripción del problema, de los cuales nuestros medios están plagados, sino el modo de poder encarar la vida de estos seres.
Gracias por compartir y difundir.
Un abrazo.Graciela
chelelon ha dicho que…
Que recurso hermoso!!!! qué mejor que la meditaciòn para el encuentro con uno mismo?. Gracias Adri por compartir
Lic. Adriana Paoletta ha dicho que…
Si Gra debemos aprender a ser generosos y enseÑar hábitos para mejorar la salud en cuerpo y alma de las personas que nos rodean.

Un abrazo desde el mar
adri
Lic. Adriana Paoletta ha dicho que…
Hola querida Maju!
qué alegría tenerte por aquí otra vez!!!!
un abrazo sincero
adri

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